Más grave que el cambio climático: el espectro de una nueva agresividad nuclear mundial

 

El 2 de agosto de este año, al no renovarse, llegó a su fin el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, conocido por sus siglas en inglés INF, firmado en 1987 por el presidente estadounidense Ronald Reagan y el secretario general soviético Mijaíl Gorbachov, con el fin de abolir los respectivos misiles terrestres de alcance entre 500 y 5 500 kilómetros. Desde 2014, Estados Unidos y Rusia se venían acusando mutuamente de violaciones del tratado; en febrero último, el presidente Donald Trump decretó oficialmente el fin del acuerdo, siendo seguido de inmediato por Vladimir Putin.                                                                                                                                     
Obsérvese, por bien de la verdad, que fue Trump quien sentenció el fin del acuerdo, y que el secretario de Defensa interino Mark Esper anunció, cínicamente que Estados Unidos pretende estacionar misiles de alcance intermedio en Asia, en respuesta, supuestamente, al arsenal de proyectiles nucleares de China.

 

Este acontecimiento peligroso abre el camino a una nueva era de incertidumbres, entre otras el peligro de una nueva carrera armamentista nuclear potencialmente devastadora para Europa. Señala “el regreso de la desconfianza, de la rivalidad geopolítica y la disposición a la agresividad estratégica nuclear,” afirmó un editorial del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung del 3 de agosto.

 

Sin embargo, el drama es el hecho de que el público alemán está más preocupado con los “cambios climáticos” y no se da cuenta del significado de la ruptura del INF.

 

Hiroshima, 74 años

En medio de esa inseguridad, es instructivo el documental Hiroshima trasmitido por el canal de televisión franco-alemán ARTE a finales de julio. Producido originalmente en Inglaterra en 2014, la película se funda en nuevos documentos de archivo y constituye un dramático testimonio de la inmensa devastación física y emocional causa por el primer bombardeo atómico de la Historia, el 6 de agosto de 1945, seguido, tres días después, por el segundo, y hasta ahora el último, ataque atómico, esta vez sobre Nagasaki.

 

El documental muestra en detalle el proceso que llevó al presidente Harry Truman a ordenar los ataques atómicos, por recomendación de asesores militares como los generales Leslie Groves, coordinador general del Proyecto Manhattan, Curtis LeMay, comandante de las fuerzas de bombarderos estadounidenses movilizadas contra Japón, y otros. Los protagonistas civiles y militares tenían plena conciencia de las consecuencias devastadoras de las armas nucleares sobre la población civil y querían, de hecho, “demostrar” su poder a la Unión Soviética, aliada de ocasión que luego se convertiría en rival en la Guerra fría.

 

Pero todavía fue peor el hecho de que la devastación causada por las bombas atómicas haya sido ocultada inicialmente al público estadounidense. Los líderes militares japoneses, como muestra la película, conscientes de la imposibilidad de vencer en la guerra, también decidieron ocultar el ataque al resto de la población hasta la rendición final, el 15 de agosto, que puso punto final a la Guerra iniciada en 1941. Hasta hoy, muchos historiadores militares estadounidenses afirman, descaradamente, que los ataques atómicos fueron “un mal necesario” para llevar las Guerra a su fin.

 

El documental muestra también, que el esfuerzo nuclear estadounidense fue ayudado por la captura de 1 000 toneladas de uranio en Alemania, luego de la rendición del régimen nazi en mayo de 1945. Según el historiador Sean L. Malloy, de la Universidad de California, los barriles de uranio fueron transportados a Inglaterra y de ahí a Estados Unidos, para ser utilizados para la creación del plutonio, en el laboratorio de Hanford, que se usó en la bomba lanzada sobre Nagasaki.

 

El documental tiene una entrevista con el físico Roy Glauber, quien trabajara tres años como ingeniero en el Proyecto Manhattan, en que se gastaron 2 000 millones de dólares. El presidente Franklin Roosevelt, ya muy enfermo, a principios de 1945, quería tener la bomba atómica “antes que la Unión Soviética” y, luego de su muerte, en abril, los planes cayeron en manos de su sucesor, Harry Truman.

 

Luego se documenta como los militares estadounidenses, en particular el general Groves, se comprometieron al encubrimiento sistemático de las consecuencias de los ataques. En Hiroshima, la explosión devastó el centro de la ciudad, y mató de inmediato a 80 mil personas. En un boletín de prensa divulgado luego del ataque, Truman instó a Japón a “rendirse o aceptar una lluvia de devastación desde el aire, algo nunca visto antes.”

 

Varios testigos oculares del drama del 6 de agosto de 1945 fueron entrevistados para el documental, además de Kazuhike Togo, nieto del canciller Shigenori Togo, que ocupaba el cargo a finales de la guerra, y el historiador de la Universidad Meiji de Tokio, Tomayuki Tomamoto. De acuerdo con este último, documentos revelados muestra que los líderes militares japoneses sabían que la guerra estaba perdida, pero nada con la esperanza de una solución diplomática para acabar con ella. Mientras tanto, Estados Unidos se preparaba para los ataques atómicos, con una bomba atómica de plutonio probada en el desierto de Nuevo México en julio (la bomba lanzada sobre Hiroshima era de uranio enriquecido).

 

El éxito de la prueba fue comunicado por Truman a otros líderes de los Aliados, Winston Churchill y José Stalin, reunidos en la Conferencia de Postdam, para analizar el mundo de la post guerra. Sin embargo, tanto él como el secretario de Guerra Henry Stimson sabían que Japón trataba de capitular. Como dice el historiador estadounidense Sean Malloy, en el documental, los japoneses habían enviado varios mensajes en ese sentido a interlocutores estadounidenses, entre ellos Allen Dulles, entonces coordinador del servicio de información OSS en Europa.

 

Esperaban igualmente que la URSS, todavía no involucrada en el Guerra del Pacífico, podría intermediar un final pacífico para el conflicto. El 26 de julio, Estados Unidos y Gran Bretaña enviaron un ultimato a Japón, el cual no fue firmado por Stalin, los que llevó a los japoneses a creer que este estuviese dispuesto a una mediación. El día 29, Tokio rechazó el ultimato, alegando la inexistencia de cualquier garantía de continuidad del emperador Hiroito. De acuerdo con Malloy, la verdad es que Truman está decidido a mostrar “la fuerza del arma a los soviéticos y al mundo.”

 

El infierno de Hiroshima

Hiroshima era una bella ciudad, la encarnación de la cultura japonesa. Era la mayor ciudad de Japón Occidental. Debido al temor a los ataques aéreos, 23 mil niños de la ciudad fueron llevados al campo (como también lo hicieran los británicos al principio de la guerra en Europa). Un oficial de espionaje, Ryjoi Hasegawa, afirmó que los servicios de información japoneses sospechaban que se estaba preparando una bomba especial en Estados Unidos, pero no tenían más información al respecto.

 

Según el físico estadounidense Roy Glauber, 70 científicos del Proyecto Manhattan escribieron entonces una petición dirigida a Truman para instarlo a no usar la bomba. Sin embargo, el general Groves estaba determinado a lanzarla de cualquier manera y trató de silenciar a los científicos, al no permitir la entrega de la carta al presidente.

 

La bomba fue lanzada por un bombardero B-29 pilotado por el coronel Paul Tubbets. El Dr. Shunaro Hira, un médico militar que atendía a las víctimas de guerra de la ciudad, describió el ataque y la explosión de la bomba atómica a las 08:15 hora local. Una luz blanca cegadora, seguida de una onda de alta presión se extendía a una velocidad de 1 600 kilómetros por hora, “como 100 truenos.” Otro testigo, Sunao Tsuboi, dijo que “mis oídos cayeron, mis labios estaban ardiendo, corrí en llamas para escapar de la muerte en el último minuto.”

 

En cinco minutos, 80 mil personas estaban muertas. En el minuto siguiente, los aviadores estadounidenses observaron un enorme hongo de humo. Russel Gackenbach, navegador del bombardero (“Necessary Evil”, que llevaba a los científicos encargados de la filmación de la explosión, describió la columna de gases y partículas radioactivas que alcanzó 10 mil metros de altura. El Dr. Hira dijo que “pude ver un cielo amarillo-anaranjado y una columna de fuego sobre Hiroshima.”

 

Quien sobrevivió a la explosión, se vio ante nuevos peligros. Lluvia negra caía del cielo. Todos los ríos estaban contaminados por la radiación, como relataron los sobrevivientes. Rayos gama e isótopos radioactivos se extendían por la ciudad. Los niños perdían la piel; algunas se sumergieron en el río y murieron de inmediato. ¡Era el infierno!

 

Los aviones regresaron a la base de la isla Tinian a las 13:10. Una gran fiesta esperaba a las tripulaciones, con “cerveza para todos.” Mientras esto sucedía, el gobierno japonés decidió mantener todo en secreto. En Hiroshima, el Dr. Hira se empeñaba en ayudar a los sobrevivientes en un hospital improvisado, sin poder atinar en el momento las causas de las graves heridas sufridas por las personas.

 

Tetsuxhi Tenezawa tenía once años y, aquella mañana, viajaba en un tranvía con su madre. Describió las escenas de caos total que presenció, con personas sangrando, vomitando y muriendo en las ruinas. Todo había desaparecido de la faz de la Tierra, había un fuerte olor nauseabundo y un silencio mortal, afirmó.

 

Las órdenes para el segundo ataque se dieron en Tiniam, se usaría una bomba de plutonio el 9 de agosto.

 

El día 15, el Emperador Hiroito declaró la rendición en una trasmisión radiofónica en la que afirmó (era la primera vez que se dirigía públicamente a la población japonesa): “Si seguimos luchando, esto resultará no sólo en el colapso y la obliteración final de la nación japonesa, sino que llevaría al total exterminio de la civilización humana.”

 

La rendición fue aceptada por el general Douglas McArthur, comandante supremo de las Fuerzas Aliadas y, en Estados Unidos, los aviadores que participaron en los ataques nucleares fueron recibidos como héroes.

 

Las fuerzas ocupantes recibieron la orden de no hacer nada para ayudar a las víctimas del ataque a Hiroshima. Shoso Kawamoto relató el vacío de poder y la falta de ley en la ciudad, aprovechado por los delincuentes y mafiosos Yakuza, que establecieron rápidamente un mercado negro. Según Kawamoto, la conciencia y la moral estaban ausentes. Hasta los dientes de oro se le arrancaban a las víctimas y numerosas atrocidades se cometieron. Hiroshima se convirtió en una “ciudad de huérfanos”, y hasta entre ellos prevalecía la “ley del más fuerte”, con los hermanos mayores alimentados y los más jóvenes con hambre. Cerca de 3 mil huérfanos vivían en las calles. Con la llegada del invierno y con menos comida, niñas de ocho a 12 años fueron prostituidas por los yakusa.

 

Por su parte, Groves estaba decidido a evitar a toda costa la divulgación de noticias de la ciudad, que estaba prácticamente aislada del mundo.

 

Los primeros relatos sobre las atrocidades del ataque surgieron el 5 de septiembre, con el primer artículo de una serie escrita por el periodista australiano Wilfried Burchett para el periódico londinense Daily Express. Pientras tanto, los militares estadounidenses filmaban en secreto las víctimas de la radiación y enviaban órganos de los muertos a laboratorios de Estados Unidos, para investigaciones. Más tarde, niños y otras víctimas de la radiación se llevó también a ese país para realizar estudios de los efectos de la radiación sobre la fisiología humana.

 

En febrero de 1946, el John Hersey publicó un artículo titulado “Hiroshima” en la revista The New Yorker, en el que describió en detalle los efectos devastadores del ataque nuclear, que desató un agrio debate en el Congreso estadounidense. No obstante, prevaleció la versión oficial de que las bombas atómicas fueron “un mal menor necesario” para acabar la guerra.

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